miércoles, 7 de julio de 2010

fragmento de "el rol de la naturaleza"


En la casa de campo de Manuel, ya que este le hubo asignado a su amigo su cuarto, esta especie de purgación que la naturaleza efectúa sobre la conciencia de Roberto alcanza un instante álgido. Sentado en la cama frente a la ventana que da contra la montaña que, cerrando un poco el panorama del cielo, “producía un rara intimidad” en tanto que ganaba “en profundidad lo que perdía en extensión” regresó al estado de ánimo del viaje regido por la ausencia que ante la naturaleza parece que cobra un matiz más concreto, como si la pesadez de su propia existencia asegurara la proclividad de nuestra participación en su seno, y entonces se asimila como un “presentimiento de ese algo desconocido que parecía aguardarlo.” Se nos dice que consecuentemente Roberto se encuentra “inmóvil, recogido, sin embargo, totalmente vertido hacia afuera” porque la sensación de espera provocaba que sintiera el peso de su cuerpo agudamente sobre la colcha de la cama, creando que éste de pronto pareciera “imponerse sobre todos los demás objetos del cuarto” , mientras que resentía “una especie de debilitamiento de su sensibilidad que, al mismo tiempo, permanecía agazapada, vigilante, perdida en alguna región interior” . Aquí vemos la separación de sí mismo que siempre buscó conseguir, sin embargo, la naturaleza no es medio de esto, sino como una extensión de su voluntad, para tornarlo ajeno a otra interna, de la que quizás tiene vaga conciencia de su existencia cuando no logra asimilar como normalmente la enorme montaña enfrente de él, que se “mostraba con una imprecisa lejanía, como si perteneciera a otro mundo, a un ámbito nuevo e inesperado” . Como tenemos conciencia de nuestra posición en el mundo, la misma advierte la separación de su cuerpo de ella, y al mismo tiempo advierte la razón por la cual todo siquiera ocurre: el alma muy adentro, totalmente impersonal, ajeno a nosotros, como la naturaleza misma, cuyo peso termina por descontinuar toda relación con el cuerpo, entregándolo aún más a la naturaleza en tanto material y realizándose mediante esta operación, por lo que se nos dice que Roberto, desea permanecer para siempre ahí. Roberto experimenta la materialización de sí mismo tal como lo reconoce en los demás objetos de su sala, lo cual, más que nada, le brinda a su soledad un sentido propio, ajeno totalmente a caracteres de complejidades sociales o asuntos por el estilo, una que se expresaba como nos dice el narrador, precisamente como una “ausencia”. Estaba en espera de algo, pero aquello ya estaba en él en tanto a que todas sus acciones hasta el momento de actuar negándose a sí mismo como le dijo Luisa, ya estaba en él y lo resentía asimilando la existencia cerrada de toda las cosas. Al principio de la novela, Roberto, acostado en el piso de su habitación, “sintiendo en sus rodillas y caderas la dureza del piso mientras el calor del día que empezaba a levantarse se admiraba en todo su cuerpo” el narrador nos describe un fenómeno extraño:
"había advertido de pronto cómo las ramas del árbol que crecía en el camellón de enfrente y cuyas ramas altas casi se metían en su ventana, empezaban a cubrirse de pequeñas manchas oscuras. Las miró desconcertado y durante todo el resto de la mañana miró cómo poco a poco las manchas se transformaban en pequeñísimos brotes verde, y sin que fuera posible distinguir su evolución, a través de una larga serie de imperceptibles saltos, siguieron creciendo hasta que las ramas desnudas el día anterior se cubrieron de hojas y el árbol recibió la tarde con un nuevo ropaje, tejido antes sus ojos."
El narrador a continuación señala que fue como si la naturaleza “le hubiera permitido compartir su secreto; la vida parecía haberse abierto ante él”. Curiosamente, éste parece ser el único elemento ficticio dentro de la normalidad, compuesta por un despliegue homogéneo de percepciones y sus posibles significaciones, pero que tiene la función de buscar acentuar la relación estrecha que tal personalidad de la ausencia mantiene con la naturaleza. En "La realización del amor" Musil muestra un fenómeno del mismo corte, producido por la intensidad que el amor como alma entre Claudine y su esposo, fija toda a su centro, haciendo tangible una atracción tensa hacia él de todos los objetos y que los cuerpos de los amantes resienten también. Se trata de la corriente de té que sale de la boca de la tetera cuando Claudine lo sirve en una taza. En los instantes antes de que llegue a la taza, por los mismos efectos de la realidad interna del alma, y el amor, que ejerce una fuerza sobre el exterior, el té permaneció “poised in mid-air, straw-coloured, a translucent, twisted column of weightless topaz” , aunque cuando llega al fondo de la taza, se disuelve. García Ponce señala que este fenómeno muestra cómo la misma materialidad que Claudine resiente como un peso encima de ella cuando sale de viaje, tal como Roberto, nulifica la posibilidad de que se refugie en el interior porque finalmente es su cuerpo el único modo de hacerlo tangible, es decir, el peso del mundo encima de su cuerpo es sentir su alma, el amor hacia su amado, que tiene presencia en esa ausencia que es el mismo amor en su alma. Sin embargo Roberto no, pero el hecho de vivir como lo ha hecho socialmente, y la voluntad de dejarse llevar por la existencia de la naturaleza que lleva a su materialización, es porque busca sentir esa apertura en su interior que produce lo anterior; así pues, tal como el narrador menciona, Regina siempre había existido para Roberto. Pero, ¿cómo lo sabe?
En El hombre sin cualidades Musil advierte que el comportamiento que tiende hacia lo místico es anómalo. En varios de los borradores y fragmentos de capítulos que Musil no logró completar debido a su muerte repentina, Ulrich y Agathe más que nadie se encuentran totalmente dedicados a alcanzar esa condición trascendental que Agathe describe de plano como “a law of another world” que llevan dentro de sí mismos. La plena percepción de la existencia de otro mundo ejercerá peso sobre los amantes del mismo modo que la del mundo, ésta que, resentida en toda su pureza, será el primer escenario que constelará el amor de Roberto y Regina, brindándoles el primer destello perceptual la realidad donde merodea su amor. Ulrich rechaza tajantemente la decisión de Agathe que deberían suicidarse, por lo menos no hasta que intenten absolutamente todo. Dentro de este sentido, suicidarse sería por una razón estrictamente ontológica, pero esto significa negar al mundo en tanto a la única existencia de la que tenemos conciencia directa y la única por la que indirectamente, en tanto a una negación total desde la aceptación absoluto de su orden, se pueda acceder, a la otra realidad, que en realidad quizás sea sus secretos más recónditos como el fenómeno descrito por García Ponce, que parece un conocimiento que nos veda la postura del hombre siempre racional hacia la vida, uno que podría estar detrás de las apariencias inéditas que la, sin embargo, racionalidad de los científicos nos entrega. Los amantes serían figura mediante la cual la naturaleza también, compartiría sus secretos.